Era un pueblo con una
particularidad: todos eran “tuertos”.
No se trataba de una cuestión
natural. Era una costumbre. Alguna vez, alguien comenzó a cerrar un ojo y le
gustó, después se sumó otro y otro más, hasta que todos siguieron haciéndolo
así por siempre.
Ya veían su hábito como algo “natural”.
Un día uno de sus pobladores,
convencido de que no se estaban viendo las cosas tal cual eran, levantó por
primera vez el párpado de su ojo “tuerto”.
Tenía razón. Vio con sus dos
ojos y conoció las ventajas de ver algo más del mundo que lo rodeaba.
Cargado de felicidad, salió a la
plaza y le dijo a sus vecinos: “¡Señores, mírenme!. Veo por ambos ojos. Mi
visión es más amplia que la que tuve hasta ahora. Puedo defenderme con mayor
facilidad de los peligros visibles que me rodean. Con los dos ojos a nuestro
servicio, ya no uno solo, nuestra capacidad visual se duplica”.
Cada habitante fijó su ojo sobre
él.
Se miraron los unos a los otros.
Su mono visión no les impidió
ponerse de acuerdo y gritaron: “¡Este hombre está enfermo!”.
Comprendían la verdad de sus
palabras pero el miedo paraliza a las personas y termina por retrasar los
cambios necesarios y, lo que es peor, los encuentros con la razón.
Enrojecidos pero con la cabeza
erguida, todos se retiraron de la plaza.
Triste, rechazado, el hombre
comprendió: Si no te cuidas, los que tienen por costumbre ver con un solo
ojo, te harán llorar por los dos.
Pero no se dio por vencido.
Agradecido por su nueva visión de las cosas y consciente de su responsabilidad,
se dijo: “¡Fuerza!. Tal vez es hora de empezar a llorar”.
Foto tomada por el autor |
“EL MENSAJE”. Autor: Daniel Adrián Madeiro *** Este material puede ser copiado, impreso, difundido etc. sin cargo, libremente. El autor no autoriza su uso comercial. --- Copyright © Daniel Adrián Madeiro. Todos los derechos reservados.
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